EN MANOS DE LA LENGUA
Los sabios de Israel, cuentan que cierta vez había un rey que gobernaba en un enorme y hermoso país. Un día, el rey se enfermó gravemente. Los médicos y sabios del país, estudiaron e investigaron su enfermedad, solicitaron opiniones a expertos internacionales, pero ninguno de ellos conocía una cura para su mal.
El rey estaba postrado en su cama pálido y débil. Todos los habitantes del reino estaban muy tristes y preocupados por el futuro de su querido rey. El enfermo empeoraba día tras día hasta que se perdió la esperanza para su recuperación.
Estando grave llegó al país un médico, examinó y les dijo. “Queridos ministros y habitantes de este gran reino, estoy seguro de que hay esperanzas que el rey se mejore y se cure, tomando leche de leona, hay que conseguirla y dársela lo antes posible.”
El rey mostró una sonrisa de esperanza y ordenó conseguir leche de leona lo más rápido posible. Los ministros y todos los habitantes del país estaban muy contentos y a la vez preocupados y se preguntaban ¿Cómo podremos conseguir la leche de leona? Ya que cuando la leona amamanta a sus hijos es muy peligrosa y si alguien intenta acercársele corre un gran riesgo; por eso los ministros decidieron ofrecer una buena recompensa a la persona que pudiera conseguir la leche de leona.
Pasaban los días y nadie se ofrecía para cumplir el deseo del rey.
A medida que pasaba el tiempo, el rey empeoraba y la preocupación aumentaba. Todos los súbditos rezaban por la mejoría del rey y el tema se comentaba por todas partes. Finalmente, un hombre judío muy respetado había escuchado lo que el rey necesitaba. Fue tan grande su preocupación por el rey que decidió ofrecerse para buscar la leche de leona.
Fue al palacio del rey y le dijo a los ministros “Quiero intentar conseguir la leche de leona.” Los ministros respondieron al judío: “¿Está usted seguro de los que quiere hacer? El judío contestó: “Sí señores, estoy seguro solo necesito que me den 50 cabritos pequeños, un pastor de animales y un carnicero.”
Una luz de esperanza se encendió nuevamente en el palacio. Los ministros ordenaron conseguir inmediatamente lo que el judío había pedido.
Luego, salió de la ciudad hacia los campos, en busca de una leona con sus cachorritos, Caminó varios días y noches, hasta que finalmente, el hombre judío con su pastor, los 50 cabritos y el carnicero llegaron a un sitio donde había leones, leonas y cachorritos.
El hombre buscó un lugar seguro donde esconderse, entonces, le ordenó al carnicero que empezara a degollar los cabritos y prepara piezas de carne. El judío comenzó a tirar las piezas de carne tres veces por día; Día a día el judío se acercaba a la leona hasta que surgió entre ellos una relación de confianza.
Después de varios días, la leona entendió que el judío la quería, le daba cariño y por eso le permitió acercarse a ella. Recién entonces, el judío puso en uno de los trozos de carne anestésico para hacerla dormir. La leona comió la carne y se durmió, entonces él pudo ordeñarla hasta llenar una jarra de su leche, tan necesaria para curar al rey.
Muy contento, partió de inmediato hacia el palacio junto con un carnicero y el pastor. Durante el camino las partes del cuerpo del hombre empezaron a discutir sobre quien tenía el mérito. Dijeron los pies: “nosotros cumplimos una misión exitosa al traer al hombre judío hasta aquí, por eso merecemos el merito”; Las manos respondieron: “No, nosotras tenemos el mérito, porque fue con nuestras manos que él ordeñó;” Los oídos se burlaron y dijeron: “si no hubiesen escuchado donde se encontraban los leones no hubieran podido lograrlo, el merito es nuestro;” Los ojos dijeron: “Ustedes creen que si no hubiesen visto a las leonas podrían haber conseguido la leche.”
Cuando la lengua quiso hablar, todos pararon y no la dejaron hablar y le dijeron ¿usted qué hizo acá? No tiene ningún mérito. La lengua se enojó y dijo: “Si bueno vamos a ver quien tiene el mérito si ustedes o yo”. Él siguió caminando, con la jarra llena de leche de leona sobre sus hombros, hasta llegar al palacio. Golpeó la puerta del palacio avisando con alegría y sonrisas “Quiero ver al rey, aquí traigo su medicina.”Al verlo el rey le preguntó con voz débil: “Trajiste la leche de leona.” Él contestó: “Traje leche de perra. El rey respondió, ¡Que! “de esa tenemos mucha, esa no me sirve” y se enojo muchísimo. El rey sintió que lo engañaron, que se burlaba de él en momentos tan difíciles, por eso ordenó que lo mataran enseguida.
El cuerpo del judío temblaba, las manos, los pies, los oídos… todas las partes dijeron a la lengua: ¿Qué hiciste, por qué mentiste?” La lengua respondió: “Porque ustedes me dijeron que yo no tenía ningún mérito así que me voy a estropear todo.”
Todos rogaron a la lengua: “Por favor no nos hagas esto, somos del mismo cuerpo, amiga, ten piedad, nos mataran a todos, solo tú tienes el poder de comunicarte. Por favor, sálvanos y te prometemos de verdad que el merito será tuyo. “La lengua dijo: “si ustedes lo prometen, lo voy a hacer.”
En aquella época, cuando se ordenaba matar a alguien, esta persona tenía el derecho a un último deseo, por eso antes de ahorcarlo le preguntaron al judío ¿cuál sería su ultimo deseo? A lo cual dijo “Quiero hablar con el rey.”
Lo llevaron ante el rey y éste le preguntó, que cuál era su petición. El hombre dijo: “fui al campo, arriesgue mi vida entre los animales peligrosos y le traje la leche de leona, su medicina, como usted ordenó alteza y ahora que quiere matar.” El rey respondió “pero me dijiste que era leche de perra.” El judío contestó: “fue un error, mi lengua se equivocó.”
Le pido que antes de matarme pruebe la leche y llame a los médicos y expertos para que la revisen y comprueben si de verdad es leche de leona” El rey aceptó y mandó revisar la leche, luego de beberla comenzó a tener fuerzas hasta que finalmente se curó. Todos quedaron muy contentos.
El judío recibió del rey como premio un gran tesoro, y se muy rico; el hizo una Mitzva muy grande al salvarse la vida del rey, por eso también la recompensa fue grande. Todos los órganos y partes del cuerpo estaban muy contentos, especialmente la lengua, y juntos dijeron: “la vida y la muerte en manos de la lengua”
Tomado de:
Elharar, Orly
El cuidado de la lengua/ Orly Elharar. Bogotá: King Salomón, 2005. p. 6-19